enudo panorama tenemos. Las cifras de marzo en términos sanitarios y económicos son desoladoras. Si bien es el momento de seguir buscando medidas que puedan mitigar la emergencia que estamos viviendo, también es razonable pensar en cómo va a ser el mundo de mañana. Así, aunque muchos expertos están pensando en diversos escenarios futuros (por cierto, ningún experto, que yo sepa, diseñó en el pasado como escenario posible lo que estamos viviendo en el presente), vamos a intentar divisar algunas pautas basadas en dos premisas. Uno, no se puede predecir la economía del futuro, ha ido variando a lo largo de la historia. Dos, sí se puede predecir el comportamiento humano: siempre ha sido el mismo.

Veamos cómo funcionan estas premisas. Por ejemplo, está claro que la variación del PIB de este año va a ser muy volátil. Si pensamos en los años pretéritos, las diferencias en las previsiones de diferentes organismos, fuesen nacionales o internacionales, era de unas pocas décimas en términos de PIB. Ahora, nada se sabe. Sí, depende del tiempo que dure el confinamiento. Pero la vuelta no será gradual, durará mucho tiempo. Y eso nos lleva a una gran bajada del PIB. Personalmente, yo estaría encantado de que estuviese entre el 5% y el 10%, pero esos números son intuitivos. Por desgracia, a veces es desesperante leer algunos estudios. Durante estos días, prestigiosos analistas decían que “la subida del PIB no va a ser el 1,7% previsto”. En fin, penoso.

En conclusión, estamos en una situación de tal incertidumbre que no se pueden hacer previsiones ni económicas, ni sanitarias. La volatilidad es la norma. Si leemos entrevistas a diferentes epidemiólogos las opiniones no pueden ser más diversas: unos decían que en mayo iba a llegar la normalidad (ahora no lo dice nadie), otros que este asunto se puede alargar meses, otros uno o dos años, otros que esto va a durar siempre, si no es en forma de covid-19 será un covid-20 o un covid-21. En definitiva, como una serie de terror: covid, el regreso. Estadísticamente, alguno acertará. Esos se llevarán la gloria, escribirán libros y saldrán en los medios un día sí y otro también… hasta que la normalidad sea absoluta.

A día de hoy, hay una manera infalible de hacer previsiones. Si oímos que “los colegios se están planteando que los alumnos no vuelvan a clase durante el curso”, “el alcalde de Pamplona está valorando un aplazamiento de los Sanfermines” o “el Gobierno estima que se puede alargar el confinamiento”, ya podemos dar por hecho que no habrá clase durante el curso, se aplazarán los Sanfermines (si no se suspenden) y que habrá más confinamiento.

Existe también una forma de saber cómo está la situación: si Sanidad dice que “todo está bajo control” es que no lo está o que, al menos, estamos cerca del descontrol. Es como cuando un presidente de un equipo de fútbol dice que “el entrenador puede estar tranquilo, tiene toda nuestra confianza”. Esa frase suele ser la antesala del despido. Además, la manera de dar la información es importante: no es lo mismo decir “vamos a comprar respiradores”, que decir “ya tenemos respiradores”. En estos momentos la ciudadanía quiere hechos presentes, no perspectivas futuras. Por cierto, tampoco es lo mismo decir “fallecidos por coronavirus” que “fallecidos con coronavirus”. Los estrategas de la información lo saben y lo aplican muy bien.

Así, ya tenemos pautas para leer entre líneas todo lo que nos indican. Y sí, ha quedado clara la dificultad de valorar el mundo que viene. Pero es el momento de afrontar ese desafío.

A corto plazo, la pandemia hará mucho daño en países pobres. En el sur va a llegar a la vez el invierno y el coronavirus, y eso en lugares donde no hay acceso de agua potable (el mejor remedio sigue siendo lavarse las manos con agua y jabón) es sinónimo de catástrofe. Como consecuencia de ello, la ralentización global aumentará al restringirse el movimiento de personas a nivel mundial. A medio y largo plazo, salvo gran sorpresa en forma de remedio milagroso, se controlarán a las personas tecnológicamente mediante aplicaciones de móvil. Así, se investigarán movimientos de posibles infectados en el pasado. A eso se le llama, en epidemiología, estudios de casos y controles.

A nivel económico, el paro aumentará debido a tres efectos. Uno, la mejora tecnológica, que va a continuar. Dos, el golpe de esta crisis a los negocios relacionados con el contacto humano (bares, discotecas, grandes eventos) o con la globalización (viajes, turismo). Tres, el tiempo que va a costar volver a las costumbres anteriores, sea ritmo de compras o salidas de casa.

A partir de ahí, ¿qué medidas se pueden aplicar para mitigar estos efectos? Hay muchas posibilidades, pero todas deben recordar un principio básico: no se pueden resolver problemas nuevos con métodos antiguos.

Sí. Necesitamos visionarios.

Autor de Ideas de Economía de la Conducta