Por pedir, que no quede. Supongo que es lo que pensaron los dirigentes de Vox al preparar la reunión negociadora con el PP para intentar desbrozar el camino hacia un acuerdo que garantice a los populares las poltronas de mando de la Junta de Andalucía. Y, bien mirado, su estrategia no ha podido salir mejor. De hecho, no se ha hablado de otra cosa desde que filtraron sus exigencias para garantizar la investidura de Moreno Bonilla. Por muy retrógradas y extemporáneas que hayan sido sus ocurrencias, todas ellas se han aupado a los titulares principales de los medios de comunicación, que tampoco han reducido espacio a las reacciones del resto de actores políticos ante el decálogo de principios de este grupo de advenedizos a la vida institucional y democrática liderados por ese alavés ya universal llamado Santiago Abascal. Desconozco el nombre de los asesores que han ideado esta estrategia brillante de marketing que ha logrado posicionar a Vox en el centro de la vida política sin más méritos que el de montar a su líder máximo en un corcel que trota alegremente por un arenal acompañado de un grupo de cruzados que aspiran a recuperar las esencias más casposas del Estado. Sin duda, en todas las esquinas hay gente que sabe lo que hace. ¿O no?