Apagón
vitoria, al menos buena parte de ella, se quedó el miércoles sin luz. A un tranvía le pilló el apagón en plena Avenida y atasco que te crió. Los semáforos no funcionaban aunque, por lo que sabemos, todo el mundo tuvo cuidado al cruzar y al circular y no hubo que lamentar nada grave. Se fueron al garete la tele, la radio, los ordenadores, las calderas de gas (las duchas de agua caliente, la calefacción), la nevera, la lavadora, el wifi... los ascensores. A más de uno y de una les pilló bajando o subiendo y se quedaron encerrados hasta que la compañía correspondiente les rescató. Las mudanzas -que algunas hay a pesar de la crisis- paralizadas. Los comercios con rejas automáticas tardaron en abrir y, los de puertas manuales, como si te operas, que no podían arrancar ni atender al público. Algunas empresas se colapsaron, las máquinas había que reiniciarlas... Una avería en una subestación, dijo Iberdrola. Fueron apenas veinte minutos, tiempo suficiente para darnos cuenta de lo que dependemos de la electricidad aunque no tanto como para esperar un baby boom allá por agosto. No obstante, me acojonó un poco la indefensión ante un simple fallo de funcionamiento. No ocurrió nada pero por momentos me vi impotente cuando la única solución viable era esperar a que otros me arreglaran la vida.