Un serio problema
la madre abrazaba a su hija para aplacar los convulsos sollozos que sucedieron a los primeros segundos de shock. Había estado a punto de ser atropellada tras cruzar la calle sin mirar. La imagen me dejó profundamente impresionado porque vi como solo la inmediata reacción de la conductora evitó una tragedia delante de mis narices. También porque minutos antes había visto cómo un padre hacía detenerse bruscamente al tranvía al atravesar las vías corriendo con su niño. Con el convoy aún parado y un centenar de miradas censurándole, impasible, se echó a la carretera por el camino más directo al colegio. Esa misma semana, una furgoneta me despeinaba a los niños (a mí ya no me pueden tocar un pelo) al pasar, fugaz como un cometa, por un paso de cebra enfrente de un colegio a las nueve de la mañana. El cuello del conductor se giraba con mis ojos como eje, diciéndome sin hablar que me había visto y que se la pelaba. Hace poco conté aquí cómo un tipo montaba en bici por El Prado leyendo un libro, y cualquier conductor sabe que bajar por Domingo Beltrán es como un vídeo juego en el que tienes que esquivar a los peatones que se te tiran encima del coche. No nos damos cuenta, pero el problema que tenemos en esta ciudad es serio.