La ciencia es el último refugio de la poesía, en estos tiempos de usar y tirar, de relaciones binarias y líquidas. Leo que se ha celebrado la vigésimosexta Conferencia General de Pesos y Medidas en París, integrada por 60 Estados que por unanimidad han decidido desde 2019 redefinir el kilo, de manera que el valor de la unidad de masa ya no será el Prototipo de Kilogramo Internacional (IPK) sino una constante de la naturaleza. El IPK es un cilindro de platino-iridio que lleva utilizándose 129 años y que es custodiado con celo cerca de París. Y el IPK, a pesar de que la canción dijera que la vida sigue igual, resulta que no es inmutable. Y unos microgramos son un mundo; puede que no para comprar perretxikos en San Prudencio -aunque quizá esto también sea discutible teniendo en cuenta el precio que alcanzan algunos años-, pero sí por ejemplo a la hora de elaborar medicamentos. Pero el IPK, cuentan, se puede ensuciar con partículas del aire y perder diminutas fracciones de material al ser limpiado, por no hablar del riesgo de que el cilindro pudiera dañarse o deformarse. Al parecer, este cambio no es apocalíptico. La referencia del metro hasta 1983 era la longitud de una barra de platino y fue redefinido como “la distancia que viaja la luz en 1/299.792.458 segundos”. Si esto no es poesía, que baje Dios y lo vea.
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