Orgullo incívico
No me digan que no. Es para estar satisfecho. Me refiero al hecho de que el zurrón de la capital alavesa está a un paso de desbordarse por los reconocimientos a sus políticas de sostenibilidad -ambiental, turística o de movilidad- que están llegando desde distintos ámbitos en los últimos años. Gracias a Dios, a la providencia o a quien gestione los hilos del destino, la otrora Green Capital no ha perdido su espíritu verde y ha sabido idear una identidad que la precede en muchos foros nacionales e internacionales. Así, no es de extrañar que más de uno se infle como un globo al comprobar cómo la ciudad se preocupa por consumir cada vez menos agua, en gastar cada vez menos combustible, en dotarse con vehículos urbanos cada vez menos contaminantes y en gestionar mejor el volumen de basuras -independientemente de las circunstancias vividas en los últimos meses- que se genera en el día a día de una urbe de estas características. Todo ello genera orgullo de ciudad, que tiende a disiparse en cuanto uno se topa con todo tipo de enseres voluminosos abandonados junto a los contenedores de desechos o comprueba cómo existen vecinos capaces de vivir según las reglas de una cochiquera y de reproducir éstas en sus barrios hasta ahogar ciertas vanidades en un mar de incivismo.