Estaban los viejillos del bar del cortado mañanero el otro día todo moscas porque no entendían tanto problema con lo de la resolución del Supremo sobre el impuesto de las hipotecas. Y por una vez, hicieron frente común con nuestro escanciador de sustancias y bocados varios. Imaginemos que se pone en marcha, o que ya existe, un impuesto sobre el torrezno del mediodía, les dijeron a los jóvenes cabreados por la dichosa sentencia. La cuestión no es si lo paga el bar o el cliente. Lo importante es, primero, no perder de vista que apoquinen unos u otros, el que siempre gana es el que recauda, es decir, Hacienda. No es un detalle baladí. A partir de ahí, lo segundo relevante es que siempre paga el cliente, ya sea de manera directa porque el impuesto sobre el delicioso y engordante manjar recae sobre él o porque termina asumiendo la subida de precio del pintxo que, más tarde o más temprano, el del otro lado de la barra va a aplicar. Vamos, que lo mires por donde lo mires, siempre jodidos y el que gana sonriendo. Terminada la clase magistral sobre la situación, uno de los más jóvenes apuntó que siempre podrías dejar de comer torreznos o contratar hipotecas e intentar cambiar este mundo capitalista... lo que provocó el descojono general.
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