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Tiempos difíciles

Vivimos días difíciles para el Poder Judicial. La sentencia del caso de la Manada ya puso a la judicatura en la palestra recientemente; pero esta semana ha sido particularmente dura, con Estrasburgo cuestionando la imparcialidad del tribunal del caso Bateragune, la denuncia de la familia del juez Lidón sobre el seguimiento del caso de su asesinato y el esperpento vivido en el Tribunal Supremo con el impuesto de las hipotecas, un pasito p’alante María, un pasito p’atrás. Que su presidente echara balones fuera diciendo que “se producen problemas de interpretación cuando las leyes no son claras” es una justificación poco aceptable. Porque el gran problema del episodio vivido no es tanto que la ley no fuera clara, incluso que en un momento dado el tribunal considerara necesario modificar su criterio como hizo en octubre; el problema es la aparente superficialidad con la que se ha conducido en este caso el TS, paralizando su propia rectificación para luego volver a rectificarse a los días -además en un tema tan sensible, que sobre todo afecta a tantos ciudadanos, pero también a la economía-, generando incertidumbre y desconfianza en algo básico como es la seguridad jurídica y, a la postre, ofreciendo la imagen -fuera o no así- de haberse plegado al interés de una parte.