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Virtudes y defectos

Hay ocasiones en las que, con total seguridad, estoy más guapo callado. Escribo esto porque me he dado cuenta de que, con la colección de años que delatan mi madurez -otros lo llaman ancianidad-, he perdido la virtud de callarme cuando mi participación no se antoja imprescindible. Y eso, en estos momentos, creo que es contraproducente. Sin ir más lejos, este pasado fin de semana, tras asistir como espectador a una información televisiva en la que se aludía el acto de desagravio hacia la Guardia Civil organizado por Ciudadanos y apoyado por la derechita cobarde y por la derechona bizarra en Alsasua, no dudé en proferir todo tipo de parabienes hacia la bonhomía de los convocantes que, al parecer, no han encontrado mejor modo de fomentar el encuentro, la reconciliación y aquello de tender puentes entre diferentes que azuzando rencores, iras y agravios. Nada más cerrar la boca, comprendí (tarde) que, con la que está cayendo, es más sencillo cerrar el pico y poner cara de intrascendente que significarse en un mundo trufado de crispación en el que la lógica parece sobrar y en el que sólo priman los intereses particulares de todos y cada uno de los actores políticos que ya sólo aspiran a asaltar el poder por los métodos más variopintos.