Hace ya unos días que barrunto el significado de unos datos que se hicieron públicos hace unas jornadas. Los mismos, elaborados por Ikuspegi, el Observatorio Vasco de la Inmigración, ensalzaban la capacidad de los alaveses para asumir de buen grado la presencia de extranjeros en sus pueblos y ciudades. Si mi memoria no hace aguas (que suele ser lo habitual), aquel trabajo reseñaba que aproximadamente el 90% de los vecinos de este territorio consultados no consideraba un problema que otras gentes llegadas de más allá de las fronteras tratasen de ganarse la vida en estos lares. Sin embargo, me temo que, o pecamos de exceso de optimismo, o los nacionales de este territorio mentimos más que hablamos cuando se trata de no salirse ni un renglón de lo políticamente correcto. Lo digo porque, alejados de encuestadores y de la necesidad de aparentar un marcado carácter progresista en lo social, es fácil escuchar otras verdades en las que el de aquí prefiere que el de allí viva mucho y bien, pero lo más alejado posible. Vamos, que juntos puede, pero revueltos nunca, teoría que se puede comprobar en esta ciudad en ámbitos como el educativo, con la guetización de varios colegios públicos, caladeros de niños inmigrantes ante la huida a centros concertados de los estudiantes locales.
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