Siempre que llegan estas fechas, los viejillos del bar del cortado mañanero se miran entre ellos pensando quién lleva el próximo boleto. A lo largo de los años, se nos han ido algunos compañeros de barra, despedidos con algún que otro brindis y el preceptivo repaso a las vivencias de unos y de otros. Dentro y fuera de esa santa casa pasan muchas cosas. También hemos perdido a algún que otro joven asiduo, porque, en realidad, a La Parca le viene a dar un poco igual lo de la fecha de nacimiento. Y cuando eso ha ocurrido, claro que lo primero que ha hecho acto de presencia ha sido la tristeza. Pero hemos aprendido entre todos que la putada de todo esto es el olvido. A eso no estamos dispuestos. Por eso, estos días de tanta visita a las tumbas de los que ya no están volveremos a recodar aquella anécdota de uno de los parroquianos, que a principios de los 60, con una cogorza de aúpa el Erandio, se cayó de la moto en la que iba de paquete volviendo de San Fermín a Vitoria y no sólo no se enteró, sino que se quedó en la cuneta durmiendo la mona; o aquella de otro de los habituales, cuando en unas fiestas de La Blanca le tiró su consumición a un compañero de charla a eso de las cuatro de la madrugada y no se le ocurrió mejor idea que coger su cerveza y verterla en sus pantalones; o aquella ocasión...
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