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Maldito Halloween

No lo entiendo. Y cada vez, aguanto peor que el terruño alavés se transforme en un remedo de la campiña de Wisconsin o de los montes de Oregon cuando el mes de noviembre toma protagonismo en el calendario. Entre calabazas, la leyenda de Jack, los esqueletos, el paseíllo infernal del truco o trato, los gatos negros, las brujas de Salem y demás parafernalia yankee, a uno se le queda cara de votante tradicional del Partido Republicano. Si seguimos a este ritmo de asimilación de la pseudocultura que se exporta de los EEUU, me queda un Telediario para transformarme en un devorador de hamburguesas y de donuts y otro para abrazar con pasión cualquier catálogo de fusiles y revólveres, y para convertirme en un admirador del estilo capilar de Donald Trump o en conductor de una de esas monstruosas pick up que, al parecer, tragan gasolina y contaminan a gusto del consumidor sin mayores miramientos hacia la sostenibilidad y el medio ambiente. ¡Con lo bonitas que son las tradicionales celebraciones fúnebres del católico día de Todos los Santos que tanto predicamento tienen en estos lares! Y es que aún no hay comparación que aguante a la cultura del dolor bizarro sin edulcorantes provocado por el recuerdo a los difuntos.