apañados van los que pensaban que la metedura de pata del Tribunal Supremo con el anuncio interruptus de imputar el impuesto hipotecario a los bancos se paliaba con el perdón solicitado públicamente por su patético presidente Carlos Lesmes. De eso nada. Los que crean que todo se arreglará el 5 de noviembre con la -esperemos- sentencia definitiva sobre el dichoso impuesto se llevarán un chasco de aúpa. El TS ha comenzado una guerra con el sector más poderoso del sistema que quién sabe adónde nos arrastrará a todos los demás. Y a pesar de que su prestigio se ha visto seriamente tocado por su cicatería durante la crisis y el rescate nunca devuelto, siguen teniéndonos agarrados por el pescuezo; cuello que, por cierto, no están dispuestos a soltar sin más ni más. Sepan que en la mayoría de los bancos se ha cursado una orden interna de paralizar todos los créditos hipotecarios hasta nuevo aviso. Incluso los ya concedidos han sido inmovilizados hasta comprobar cómo se pronuncia el Tribunal Supremo. Los solicitantes ya son conscientes a estas alturas de que, de una u otra manera, van a sufragar el dichoso impuesto. Con la Banca hemos topado, señoras y señores, digna sucesora de una Iglesia que tiempo ha va quedándose relegada.