Inquina
Hay ocasiones en las que, según avanzo en la escritura de esta breve reseña, me doy cuenta de las pocas luces que me acompañan en la elección del tema o, lo que es peor, en su ejecución literaria. Éste, es uno de esos casos. Quería ponerme trascendente y escribir sobre lo puñetera que puede llegar a ser esta ciudad -o una parte de sus vecinos- con aquellas iniciativas, ideas o propuestas que alguien lidera, defiende o pone en marcha y logran tener éxito. Sin embargo, me temo que no voy a ser capaz (de ponerme trascendente) ni de exponer el suficiente número de argumentos como para hacerme entender con claridad, circunstancia que, por lo visto, me pasa muy a menudo. Así que, simplemente, me ceñiré a las leyes de la didáctica para apuntar lo evidente. Cuando un proyecto equis obtiene reconocimiento y sale adelante en Vitoria, siempre se empiezan a barruntar odios e inquinas que, en un principio, apenas se dejan oír pero que, con el paso del tiempo, logran asaltar la atalaya de la opinión pública para tratar de destruir lo que otros lograron. Y así nos luce el pelo (bueno, al que lo conserve y sea capaz de peinarlo) en esta capital que, en más ocasiones de lo debido, se tiene que conformar con vivir de los réditos que otros lograron en el pasado.