en una de esas erráticas singladuras por Internet en las que todo el mundo se embarca de vez en cuando sin más objetivo que pasar el rato caí en el currículum wikipédico de un político español que pelea por dejar de serlo -español, se entiende- y comprobé, no sin cierta sorpresa, que de joven había sido militante de una organización maoísta. De ahí, llevado por la curiosidad, cotilleé un poco sobre la historia del partido al que perteneció esta persona y me encontré con una nómina de mujeres y hombres que, de resucitar hoy aquella formación de la atomizada izquierda post 68 con sus miembros originales podría perfectamente constituirse en una especie de club Bilderberg berlanguiano por su capacidad de influencia en los ámbitos de la política, la economía, los medios, la universidad o la cultura ibéricas. Lo más curioso de mi hallazgo digital es lo heterogéneo de las posteriores derivas ideológicas de cada uno de sus integrantes, como si la materia gris de aquel grupo de jóvenes revolucionarios e idealistas hubiera explosionado en plena discusión sobre si se daban ya las condiciones para que el campesinado español se levantara en armas o todavía no, y la metralla se hubiera dispersado en todas direcciones.