no lo voy a negar. Ayer casi me da un pasmo al acercarme a la popular calle Dato para refrescar un poco mi conciencia en uno de esos confesionarios en los que uno puede traginarse una cañita. No era aún la hora de comer, pero en aquel momento pensé que era buena idea abrir la espita del consumo etílico del fin de semana. Había dado sólo un par de sorbos a aquella maravilla del buen hacer cervecero cuando, como si se tratase de una de las muchas alucinaciones que acostumbran a empantanar mi sesera, apareció tras el ventanal de la taberna un Mercedes de época, impecable, elegante y como los que ya no hay en las carreteras. Apenas le di importancia y seguí empeñado en mi hacer a sabiendas de que las visiones son algo connatural a la mente de un juntaletras como el que escribe y suscribe estas líneas. Pero, a los pocos segundos, volvió a ocurrir. Un Ford más propio de las películas de mafiosos en Chicago rompía la armonía de un vial que no ve la circulación desde la década de los 80. Al ver mi cara de asombro, el barman me aclaró que aquello era una idea municipal para recordar la peatonalización de la calle. En ese momento caí en la cuenta de que ésta era una ciudad pionera en muchos aspectos y que ahora se limita a evocar con melancolía liderazgos pasados.