Me van a permitir el lujo de ser descreído. Lo digo porque estos días estamos de celebración con el Gobierno central del actual presidente, Pedro Sánchez. Según el calendario, el Ejecutivo socialista lleva la friolera de 100 días al frente de un país, Estado, grupo de amigos o conjunción de intereses -cada uno, en este punto, que añada el concepto que crea preciso- que, exceptuando los titulares de los medios de comunicación, profusos en número, cierto es, está igual que estaba cuando Mariano Rajoy tuvo que expatriarse de la vida política en el Registro de la Propiedad de Santa Pola. Con este pequeño apunte literario no quiero menospreciar los proyectos y planes legislativos del actual gabinete, que llegó con la bandera de una regeneración política necesaria, sino poner en valor una realidad que parece olvidada: el Gobierno central tiene que hacer encaje de bolillos para superar su más que notable minoría parlamentaria en cada uno de los decretos y propuestas legislativas que se le ocurren. Y ahí es, precisamente, donde reside mi desconfianza congénita. Pese a su mucha presencia mediática y los efectos de marketing que han procurado en este tiempo desde el Ejecutivo, la realidad es tozuda y acostumbra a desdecir muchos artificios.
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