Creo que el ser humano dio un paso atrás cuando comenzó a dejar de lado las librerías. Me gustan las librerías, por muchas razones, entre ellas porque en una librería pueden ocurrir historias. Hace unas semanas, curioseando en busca de un regalo, entraron dos hombres sobre la treintena. Tras una vuelta de reconocimiento, uno de ellos se dirige a la dependienta. Algo así como: “¿Tenéis algo de Carmen Laforet?”. La dependienta consulta el ordenador y tras una breve pausa responde: “Nada”. Y ahí yo, de espaldas a la escena, con una novela de Paul Auster en las manos, sonriendo. “Sólo nos queda algo en edición de bolsillo”, continúa la dependienta. Pero a mí ya me da igual, porque ando disfrutando el momento, recordando el vacile de Ulises y Nadie a Polifemo y aquel otro gran momento mientras esperaba un buen rato en una cerrajería para hacer copia de unas llaves cuando comenzó a sonar en el hilo musical Knocking on heaven’s door. Y leo en la última del periódico que un hotel de lujo en Las Maldivas busca dependiente para una librería. El puesto exige, además de la lógica venta de libros, organizar talleres de escritura, cuentacuentos para niños y narrar en un blog la experiencia. Ahí lo dejo.