El primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras -lo recordarán como aquel peligrosísimo antisistema que iba a destruir el euro y los mercados y Europa y el mundo y la galaxia, aunque luego el tipo al que odiar fue, durante un rato, su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, némesis de Wolfgang Schäuble-, ofreció ayer un discurso con motivo de la declaración del fin del rescate económico a su país. Y Tsipras hizo algo con mucho simbolismo que, cierto es, no pasa de ser eso, un símbolo -y por tanto puede ser tan hueco como pretencioso-, pero que, al menos, nos ha permitido por un ratito recordar un puntal de la cultura griega clásica, patrimonio de los griegos, pero también de Europa y de la humanidad. Y es que Tsipras eligió como escenario para su declaración Ítaca, aquella isla a la que peleaba por volver Odiseo, Ulises, a su vuelta de la guerra de Troya, haciendo frente a todas las maldades, triquiñuelas y caprichos de los dioses hasta lograr volver al hogar tras una travesía de años, donde le esperaba Penélope, tejiendo y destejiendo. Aquella historia, ya recuerdan -aún nos queda verano para la lectura reposada-, está en La Odisea. Y el paralelismo debió de ser muy tentador para Tsipras. “Desde 2010, Grecia ha vivido una odisea moderna”, dijo ayer. Y aún queda un largo camino por recorrer.