el tiempo, los ingenieros y la Justicia decidirán si el puente de Génova se ha venido abajo porque estaba mal mantenido, porque estaba mal diseñado, porque se echó más arena que cemento al hormigón y el 3% sobrante del presupuesto se fue para Palermo, o simplemente porque se tenía que caer. Más o menos ya se sabe por dónde van los tiros, como se intuía en su día en Angrois o en el metro de Valencia, pero cualquier opinión categórica, con gente aún atrapada entre los escombros, es simplemente un ejercicio de osadía y de soberbia. También una falta de respeto a las víctimas, especialmente si la hace delante de un micrófono un analfabeto estructural (estructural de estructuras) y no un simple listillo en la cafetería de la Escuela de Peritos. Por ahí le ha venido el primer golpe de realidad al bocazas que parece mandar en Italia y que solo es ministro del Interior, a quien esos señores grises de trajes grises que trabajan en la gris Bruselas le han devuelto la bofetada propinada, pero con el puño cerrado y además con razón. Es a él y a su cuadrilla de mariachis a quienes, políticamente, se les ha caído el puente, y son los que políticamente deben responder, porque ahora son ellos, los de las soluciones fáciles y taxativas, los que gobiernan.