Confieso que, por desgracia, hay pocas cosas que me sorprendan viniendo de la clase política. De hecho, seguro que somos mayoría los que hemos asistido a estos prolegómenos del primer aniversario de los atentados que golpearon Catalunya con un hartazgo y decepción conocidos, porque los hemos vivido en otros momentos ante espectáculos políticos similares, con otros escenarios, protagonistas o argumentos, pero con la misma tristeza de saber que la vida de otros seres humanos les ha sido arrebatada o dañada y que muchos representantes de la ciudadanía parecen reducir algo tan tremendo a un simple argumento de la dialéctica partidista, en la que está claro que todo parece valer. Ayer, las víctimas agrupadas en torno a la Unidad de Atención y Valoración a Afectados por el Terrorismo ofrecían una rueda de prensa realmente demoledora. “Pedimos a la clase política, en nombre de las víctimas, que mañana hagan una tregua, que no utilicen el dolor ajeno para hacer política”, reclamaron. Explicaron que se han sentido “engañadas, abandonadas, incomprendidos y tristes”. Algunos y algunas deberían escuchar un poquito, más que nada porque sus puestos y sus sueldos, la razón de ser de su actividad, son los ciudadanos, los que les votan y también, por extensión, los que no.