El día 3 de agosto es un día especial en Gasteiz. Que sí, que el día 4 y/o el día 5, más, mucho más. Pero el 3 de agosto es la cita anual con el queseacabaelmundo. Que luego mucha gente trabaja en fiestas, pero resulta que otra mucha tiene ese día como último antes de la desconexión vacacional, ya sea para largarse a alguna playa en Benidorm, Conil o en Tailandia, ya sea para zambullirse en el frenesí festivo. Y el día 3, sí o sí, se acaba el mundo. Cuando eres de los que te quedas en agosto de retén, la perspectiva es curiosa. Si te descuidas y te dejas arrastrar por esa vorágine de pretender solucionarlo todo, incluso lo que no has solucionado en los meses anteriores, acabas loco. Si adoptas una actitud zen y de comprensión hacia tus congéneres, resulta enternecedor. Y es que el tiempo es algo tan maravilloso, tan cambiante, tan subjetivo. Pasa el día 3, pasa el fin del mundo, y si te quedas en Gasteiz parece que lo de anudarse el pañuelo al cuello suspendiera los relojes. De pronto todo cambia, todo lleva otro ritmo, frenético y a la vez pausado; como si la ciudad hubiese entrado en suspensión pero sus habitantes tuvieran dosis extras de batería. Celedón, cuadrilla, vermut, comida, gigantes, Machete, cena, txosnas, Fueros... Corres, te multiplicas y aún así no llegas. Van pasando los días, yo aviso.
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