No salgo de mi asombro al comprobar cómo a decenas de gasteiztarras les empieza a pasar lo mismo que a muchos vecinos de ciudades turísticas como Donostia, Barcelona o Palma de Mallorca, donde la fobia al visitante ha empezado a manifestarse con protestas reseñables. En apenas unos días, en la redacción hemos recibido las suficientes llamadas y correos electrónicos de residentes en distintas calles como para tenerlos en cuenta. Nos dicen que ya están hartos de la presión que ejercen los forasteros sobre los barrios, que hay que ver cómo dejan los pisos que visitan, que mejor si los visitantes se quedasen en sus países y que la Policía debería estar más atenta a los desmanes que pueden cometer... Y así hasta completar un listado de quejumbres diversas, todas ellas acompañadas de sus correspondientes dosis de inquina y cierto grado de desesperación. Dadas las circunstancias, no nos ha quedado otro remedio que valorar la situación y darle salida informativa como corresponde en estos casos: con una investigación propia, que nos ha permitido descubrir interesantes matices locales en este fenómeno. Entre ellos, la procedencia de quienes disturbian a los vecindarios. Al parecer, se trata de bandas georgianas altamente especializadas en el robo de pisos... Por favor, perdonen mi ironía y la demagogia.