Acabamos de cerrar un fin de semana de lo más intenso y vertiginoso en el terreno político. Pablo Casado -el candidato más o menos inesperado- se ha hecho con el liderazgo del PP. Échenle hilo a la cometa porque si nos atenemos a los primeros análisis la renovación del PP pasa por fulminar el marianismo para, atentos, girar a la derecha -como si Mariano Rajoy fuera un furibundo líder de Podemos con coleta y todo- y enfilar el partido hacia el aznarismo. Quizá el asunto no sea el girar, sino el cuánto. Si la pelea interna en el PP ha tomado tintes duros, la que se está viviendo en el PDeCAT parece aún más virulenta. Por el momento, se ha cobrado la cabeza de Marta Pascal. Poco queda de aquella Convergència, enterrada primero por el traumático caso de corrupción contra su alma mater Jordi Pujol y después por el proceso de desamortización de las siglas herederas emprendido por Carles Puigdemont. Quién diría que saltó a la cúspide in extremis, para soslayar el veto de la CUP a Artur Mas y permitir que la entonces CDC formara Govern. Si nos cuentan todo esto, yo qué sé, en 2014, y le añaden por ejemplo que Pedro Sánchez llegaría a La Moncloa y encima tras ganar una moción de censura de la mano de Podemos, no nos lo creemos. Los caminos de la política son inescrutables.