el Mundial de Rusia será recordado, además de por el campeón (uno) y las decepciones (todos los demás), por la instauración y el uso del videoarbitraje, VAR para los amigos. La polémica previa ha durado muchos meses y ha sido en ocasiones agria. Los detractores de la tecnología hablaban y no paraban de hablar de la esencia del fútbol, de la loa al error, de la conveniente controversia que rodea al mundo del fútbol. Defendían la condición primaria, primitiva, del balompié en contraposición con deportes mucho más modernos, y sin duda mucho más aburridos, como el baloncesto o el fútbol americano. “Se lo van a cargar con tanta justicia”, decían los sesudos defensores del que nada cambie. “Los parones para revisar las jugadas van a cortar el ritmo y los partidos serán mucho más aburridos”, apoyaban otros. Argumentos parecidos a los que en su día criticaron sin piedad la opción de aumentar el número de árbitros por partido -al estilo del baloncesto- o a los que, en suma, se oponen a cualquier atisbo de evolución. Una vez transcurrida casi toda la primera fase del Mundial, resulta que se han corregido un buen puñado de decisiones erróneas. Nadie habla ya de los árbitros para justificar los fracasos. Y nadie les llama ya hijos de puta. No es poco, no.
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