la gente reivindica la libertad de expresión y todas estas cosas, y sin embargo nunca como ahora, al menos desde que tengo uso de razón, la sensación de vivir en una sociedad reprimida ha sido tan fuerte, y no solo por la Ley Mordaza. Es más una represión mental, muchas veces autoimpuesta, transversal, muy puritana y ortodoxa, superficial pero densa, indiscriminada y asfixiante, porque al final hasta el más avinagrado de los inquisidores acaba encerrado en la mazmorra interior que impone a los demás. Igual hace treinta años ya te llamaban a declarar por meterte con quien no debías, no lo sé, pero intuyo que se aceptaban mejor que ahora la provocación y el cachondeo como mecanismo de denuncia, de hastío, se señalaban las vergüenzas ajenas y con mayor saña aún las propias, que es sobre todo lo que más echo en falta hoy día. Ahora ya no hay lugar para la ironía salvo en los comentarios anónimos de las redes, parece que todo el mundo está siempre mosqueado. En ocasiones, cierto es, el chiste, la canción o el vómito radiofónico no tienen gracia y hacen daño, pero en esos casos basta con devolver la moneda y ridiculizar al que ofende, que es más eficiente y sostenible que quemarlo en una pira. Reírse de todo es sano, es catártico, y aligera el peso de este mundo tan solemne, carca y oscuro.