primera final de la Liga. Si perdemos, adiós a la competición. Si ganamos, vendrá otra final el viernes, tan definitiva como la de hoy aunque con el hándicap añadido de que se disputará en territorio hostil. Puede que vencer esta noche no sirva finalmente para alzar el título, puede que el triunfo suponga solo un leve retraso del apoteósis del Real Madrid. Pero, aunque así fuera, los jugadores del Baskonia deben saber que no es lo mismo cerrar el curso con una derrota en casa que con una victoria. En absoluto. Lo que se juega hoy en el Buesa Arena no es el título sino el regusto con el que los aficionados pasarán el verano. Y no es cuestión baladí. Porque ya sabemos que el Real Madrid es mejor equipo, que su banquillo es kilométrico, que pueden permitirse el lujo de ganar aunque dos o tres jugadores tengan un mal día porque les sobran los recambios de garantías. Para triunfar a este nivel, el Baskonia necesita que casi todos sus efectivos rocen la perfección, que los pívots se multipliquen, que los exteriores metan casi todo lo que tiren, que los bases mantengan el juicio intacto a la hora de repartir juego y se apresten a disminuir a la formidable batería exterior blanca. Ya sabemos que está jodido, somos conscientes de que su plantilla es superior. ¿Y? El Baskonia es otra cosa y hoy es un buen día para explicarlo.
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