Están los parroquianos, jóvenes y mayores, del bar del cortado mañanero pensando ya en a quién de los presentes hay que sacrificar al dios del vino o de la cerveza, dependiendo de lo sacrílego que tengan el día, para ver si pueden invertir los efectos de la danza de la lluvia que, según aseguran, hicieron hace meses varios agricultores de la zona de Añana que suelen echar el pintxo de mediodía en otro local cercano. Todavía no hay decisión tomada, pero a mí personalmente me da miedo cada vez que entro en el bar y me ponen ojitos. Alguien ha sugerido, eso sí, que el mal tiempo es la maldición que nos está echando el cielo por los políticos que tenemos. Claro, según ha aparecido esta teoría, no han faltado las sugerencias sobre cómo y con quién llevar a cabo el sacrificio. Me doy cuenta, además, de que entre los presentes no ha surtido efecto alguno la operación de propaganda que, según algunos sesudos analistas políticos, ha pretendido el nuevo presidente del Gobierno con los componentes de su Ejecutivo. Los míos ya están aprendidos. Su intento de unión entre la lucha de los pensionistas y de las feministas les ha enseñado que una cosa es vender la apariencia y otra muy, muy distinta, el compromiso y la acción. A estos ya no se la cuela nadie.
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