algunos empiezan a hablar de Pedro Sánchez como un presidente al frente de un Gobierno propagandístico que solo toma medidas de cara a la galería pero que, en el fondo, no logrará que algo cambie. No estoy de acuerdo. El formar el Ejecutivo más femenino de la Historia, reinstaurar la sanidad universal, acoger un barco repleto de migrantes condenado a la deriva y probablemente al naufragio por Italia, entablar negociaciones con Catalunya para intentar arreglar las cosas más allá de querellas y sentencias, eliminar la ominosas cuchillas de la valla de Ceuta -que solo pretendían lacerar a personas-, cesar (o hacer dimitir) a un recién nombrado ministro por intentar defraudar a Hacienda, incluso pedir disculpas a De Gea por haber dudado de su honorabilidad sin tener todos los datos en la mano solo pueden ser catalogados por gestos simbólicos por aquellos que habían conseguido que perdiéramos de vista lo realmente importante para convencernos de que lo accesorio -el interés de unos pocos- debíamos asumirlo como axioma fundamental. No digo yo que el PSOE vaya a ser la solución de los problemas -que González parece un hacendado cubano, Zapatero todavía desacelera y Rubalcaba... en fin, mejor me callo- pero sí creo que era ineludible quitar al PP por el bien de nuestra salud mental.