El ya exministro de Cultura Màxim Huerta se despidió ayer de su cargo reprochando lo que consideró una persecución por parte de quienes pretenden que nada cambie tras décadas de corrupción. Un mensaje cuyo destinatario es difícil de identificar a juzgar por la amplísima reprobación pública que había causado el conocimiento de unos hechos de hace más de una década que señalan que el entonces escritor y periodista había intentado reducir el volumen de sus responsabilidades fiscales y fue sancionado con ello. Fraude o no, según opiniones, el hecho acredita que el compromiso con el bien público, entendido como la sostenibilidad del bienestar general asumida en primera persona, no puede ser sobrevenido sino parte de una vocación mantenida en el tiempo. No es ilegítimo ganar dinero pero no es aleccionador tratar de eludir las responsabilidades fiscales propias, se incurra o no en delito. De la experiencia, Pedro Sánchez ha tenido que obtener unas amargas lecciones. En primer lugar, confirmar, si lo dudaba, que el escrutinio sobre su gabinete va a ser severo y en cierta medida no le falta razón al exministro de Cultura cuando recuerda que tras determinadas iniciativas contra él está la mano de intereses políticos y económicos. Pero eso no excusa el error de ceder a la improvisación. Una moción de censura sustentada argumentalmente en el coste insoportable del fraude a la sociedad mediante la ocultación de fondos conlleva un necesario celo para no dejar el margen a que la mujer del César, pese a ser honrada, pueda parecer que no lo es. Sánchez sigue solo en el entramado mediático y de intereses que rodea el poder político y económico en España. Sigue solo y ha dejado un flanco abierto a la crítica de quienes habían perdido la iniciativa ante su rápida configuración de un gobierno de cierto relumbrón. Podemos ha encontrado un asidero cuando estaba desaparecido, el PP obtiene aire ante su propia crisis de sucesión y Ciudadanos redobla su intento de provocar elecciones anticipadas. Una tentación frente a la que Sánchez debe aferrarse a los mismos argumentos que la desaconsejaban antes de ayer. Le toca cerrar esa herida y asegurarse de que no hay ninguna otra que supure munición para sus rivales. Su proyecto está en mantillas y puede coger un mal frío fácilmente.
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