He de confesarlo. Creo que nunca antes había dedicado tanto tiempo ni tanto interés en conocer cada uno de los pequeños detalles que han rodeado la llegada de los intérpretes que ya conforman el nuevo Consejo de Ministras y de Ministros. Ha sido como ir al cine. Incluso, he llegado a atrincherarme frente a la televisión equipado con una bolsa de palomitas, con un par de chocolatinas y con una lata de cerveza para rumiar en paz un espectáculo mediático de primera línea. Desde el sofá no he perdido ojo a lo acontecido y he llegado a desesperarme cada vez que Ana Rosa Quintana, María Casado o Susana Griso daban paso a la publicidad en sus respectivos programas. Han sido días intensos, con un prime time casi perpetuo en el que ha brillado el talento de los equipos de realización y de dirección encargados de fabricar una gala de proporciones casi navideñas, pautada al milímetro para racionar los momentos estelares, y con un reparto que ha demostrado ser de primera línea cada uno en su papel, con protagonistas soberbios y secundarios meritorios. Ahora, lo único que queda por saber es si semejante despliegue es capaz de camelar y de convencer a la crítica o si se pierde entre sobreactuaciones y veleidades de las estrellas.