Cabe posar la mirada en Oriente Próximo, en todos sus conflictos que se entremezclan a su vez de manera enrevesada, desde una óptica histórica que, según se va aproximando al presente puede acabar en buena medida condicionada por la falta de perspectiva y la consecuente y progresiva falta de objetividad y/o ecuanimidad en el juicio. Cabe también hacer una lectura de esos conflictos en su directa -directísima- relación con eso que llaman la geopolítica y, por simplificar, con la pura y dura política de Occidente y sus intereses, normalmente económicos. La lectura ineludible y más necesaria en cualquier conflicto debería ser la de la ética, la que tiene que ver con la humanidad, con la “naturaleza humana”, con el “género humano”, con la “fragilidad o flaqueza propia del ser humano”, definiciones que utiliza el diccionario de la RAE en una concepción incluyente que nos engloba a todos en un mismo equipo. Luego, lees declaraciones como: “Lo intentas de todas las maneras. Pruebas todo tipo de métodos. Pruebas métodos no letales y no funcionan. Entonces te dejan con malas opciones”. Y te preguntas -y lo más grave no son las palabras, sino los hechos que las preceden- dónde está la humanidad de este tipo de personajes, y en qué carajo de mundo vivimos.