nuevamente me aúpo a esta atalaya literaria con el ánimo un poco deshilachado. Sí, ya sé que el equilibrio mental no es uno de mis pilares vitales. No obstante, creo que en esta ocasión tengo disculpa. Verán, todo ha ocurrido esta mañana. Como de costumbre, trataba de entretener mis pensamientos con un paseo de esos que empiezan con intención. Dadas las fechas y las circunstancias, mi apetito ha amanecido algo antojadizo y en menos de lo que canta un gallo ya estaba con la nariz pegada a uno de esos escaparates en los que las diferentes viandas lucen como ropa de firma de afamado diseñador italiano. Todo iba como la seda e, incluso, había empezado a salivar imaginando los olores y los sabores de todo aquello en una suculenta reunión culinaria. Pero, hete aquí que todo ha empezado a crisparse cuando junto a un montón de salerosos perretxikos he distinguido una receta que elevaba a los hongos de marras al rango de caviar ruso con un precio que rozaba la obscenidad. La explicación indicando nosequé de la oferta y de la demanda y del origen alavés de la seta del demonio se me ha antojado algo floja. Para desgracia de mi espíritu patatero, he acabado rebuscando en mi nevera una bandeja de champiñones, que me costó un euro. Será que la fiesta y los pobres no nos llevamos bien.