Supongo que en otras latitudes también tendrán sus dosis de surrealismo político. No sé si mi suposición es aquello del mal de muchos o, simplemente, la constatación de que el ser humano, a fin de cuentas, es exactamente igual de débil, perverso o cínico con independencia de su pasaporte. Y, a fin de cuentas, un político/a no es más que un ser humano, aunque a veces se les olvide y hagan añorar la figura de aquel siervo que detrás del general victorioso durante su desfile por Roma le susurraba al oído: “Recuerda que eres mortal”. En España la cosa va sobrada de surrealismo político. Último episodio, claro, el videogate de Cristina Cifuentes que finalmente ha precipitado su caída. Tiene su punto, admitámoslo, que en un país que ha convertido casi en normal casos como Gürtel, un cargo político caiga por un máster a todas luces irregular y dos cremas en el supermercado de hace siete años. En esta historia todo da la sensación de que el fuego amigo, que es el de casa, el más duro en política como advertía Churchill, es el que se la ha acabado por llevar por delante. Eso y su incapacidad para aplicarse el cuento, el tirar para adelante a costa de todo y cuando la evidencia era tan contundente que Cifuentes acabó envuelta en arrogancia y oscuridad.
- Multimedia
- Servicios
- Participación