varias veces he utilizado este espacio para alertar a la sociedad de que el botón de aceptar es una puerta de entrada a nuestros secretos más íntimos, a nuestras filias y fobias, a nuestras vergüenzas e incluso a nuestros delitos no confesados. Tan solo medio segundo y ya no hay marcha atrás. Hoy me reitero; entre el whatsapp de nuestra colega de la infancia Maritxu y el de Manolo, compañero al que detestamos y del que nos gusta hablar mal con Maritxu, no hay solución de continuidad, solo una fina raya separa sus diminutas fotos de perfil. Todo dedo, además, es demasiado gordo para la pantalla de un móvil. El mundo lleva ya unos cuantos años interconectado, y si hace un tiempo se podía justificar la torpeza, por ejemplo, del político estadounidense que rebotó al universo entero una foto suya presentando armas y que realmente iba dirigida a una sola persona, ahora ya no hay excusa aceptable. Así pues, si se redacta un documento para hacerle la cama al jefe de la nueva izquierda española, es imperativo moverlo en mano, en formato papel, metido en un sobre, y a ser posible sin firmar, para que un gesto tan cotidiano como darle a la flechita no acabe con nuestra carrera política y nos deje, como al político arriba mencionado, con el culo al aire delante de todo el mundo.