El comunicado con que ETA “reconoce el daño causado”, admite ser “consciente” de que ha “provocado mucho dolor”, muestra su “respeto” por las muertes “en el conflicto”, que siente “de veras”, y pide “perdón” a las “víctimas que no tenían una participación directa” y a sus familias es la expiración por escrito de seis decenios de una violencia que nunca debió producirse aunque aún pretenda prolongar el velatorio hasta el primer fin de semana de mayo para redactar el acta de su defunción, de su disolución. A la aceptación de que no existe un daño justo, de que nada de aquello en lo que ETA ha sido protagonista debía de haber ocurrido, le falta el reconocimiento explícito de que el causado por la organización ha sido injusto, aunque el alcance del comunicado sea mayor del previsible. Pero también es la aceptación del inmenso y dramático error, del “sufrimiento desmedido”, que ha supuesto su propia existencia para Euskadi -denominación que engloba tanto a la sociedad que la conforma como a la idea nacional que define- ya desde el mismo momento en que optó por la violencia y más aún cuando al término de la dictadura franquista obvió la opinión mayoritaria del pueblo vasco que pretendía falsamente representar y decidió continuar con su irracional e inhumana actividad armada. A falta del último comunicado, al de año y medio de haber entregado las armas y más de seis años después de certificar el abandono de esa irracionalidad violenta, ETA culmina el proceso de su final, imprescindible en el camino de la reconciliación y la convivencia que su mera existencia ha impedido, pero también en el de la paulatina solución de lo que denominó en su momento las “otras consecuencias del conflicto” al permitir con su admisión de culpa y su desaparición que los presos opten, bajo parámetros no demasiado diferentes, por vías individuales de reinserción. Aún cabe, en todo caso, exigir a ETA que en el acta con que certificará su final en unos días incluya una amplia reconsideración ética de sus seis decenios de existencia y lleve a cabo una última revisión crítica respecto a toda su actividad, sin el distingo entre víctimas que evidencia en su “declaración sobre el daño causado” y sin el absurdo de querer patrimonializar, en la pretensión de buscar una supuesta excusa al drama de su tremendo error, la razón histórica de la violencia sufrida, que otros en Euskadi decidieron y lograron no esgrimir como motivación.