Hemos hablado tantas veces de grandes crisis -en el sentido de puntos de inflexión, de cambios de paradigma- que luego se han quedado en ejercicios más o menos obvios de gatopardismo, que ya cuesta bastante dar este tipo de trascendencia a acontecimientos que parecen lo suficientemente relevantes, al menos potencialmente, como para tenerla. Situémonos un momento a vista de pájaro, con Catalunya instalada en la parálisis, casi cuatro meses sin formar gobierno, cuatro intentos de investidura fallidos, casi seis de instituciones intervenidas por el Estado, la plana mayor de las formaciones soberanistas en prisión o en el extranjero, la actividad política absolutamente judicializada, instancias judiciales extranjeras enmendándole la plana a la Justicia española y ninguna señal de que el diálogo y el sentido común puedan intentar abrir cauces de entendimiento; y con Madrid -la misma comunidad autónoma y el mismo partido de Gürtel o Lezo- viviendo su mayor crisis política a cuenta de un máster, con el PP en riesgo de perder su gran feudo ante la amenaza de Ciudadanos -el mismo partido que le sopla en la nuca en las encuestas- de apoyar la moción de censura del PSOE. Y, en medio, los Presupuestos Generales del Estado en el alero, a la espera de que el escenario se aclare. Veremos.
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