Tengo a los abuelos del cortado mañanero de vacaciones en su propia ciudad ya que, gracias a la Semana Santa, sus hijos y, por tanto, sus nietos, se han pirado y les han dejado de explotar como babysitter, que es como el dueño del bar les suele llamar por tocar aquello un poco. Delante, cómo no, el periódico y ese estudio municipal sobre qué hacer para evitar los problemas de tráfico que se originan en determinados centros escolares de Gasteiz. Descartada la idea de recuperar el transporte en burro propuesta por uno de ellos, que nos ha llevado a una bonita anécdota sobre su niñez en Berantevilla, otro de los habituales, tras un largo silencio, ha preguntado: ¿y si los chiquillos andan? ¿pasa algo? ¿las piernas se les van a estropear? Y aduce que la mayoría de los colegios citados están en la ciudad, en su parte urbana, cerca de paradas de autobuses y tranvías... Reflexiona que problemas para acudir a un colegio pueden tener quienes viven en zonas rurales alavesas, pero que en Vitoria, el uso del coche para estos menesteres debería ser excepcional. Y se pone a sí mismo como ejemplo, ya que todos los días se patea la ciudad con los dos monstruos que tiene por nietos. Ahí se ha quedado la cosa puesto que el debate ha derivado en ver quién tiene al niño más cabrón a su cargo, y esa charla sí que ha sido larga.
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