siempre he mantenido que el Facebook es una ficha policial que el propio sospechoso rellena gustosamente y visto lo visto en las últimas fechas no me queda más que ratificarme en una opinión que yo mismo llegué a tener por conspiranoica. En todo caso, ya no hay marcha atrás. Tenemos que aprender a convivir con el Gran Hermano y asumir que todo lo que hacemos con un teléfono de por medio deja un rastro indeleble que vale un dinero por el que muchos están dispuestos a pagar. Cada vez que le damos a aceptar abrimos la puerta de nuestras casas y nuestras vidas a miles de desconocidos y, si queremos comprarnos unas zapatillas por Internet, dejar una opinión en una web de casas rurales o apuntarnos a una carrera popular tenemos que pasar por el aro. Es lo que hay. O eso o comunicarnos mediante los famosos pizzini, los papelitos escritos a mano que usan los capos de la Cosa Nostra para gestionar el negocio desde sus búnkeres y chozas de pastores. Por otro lado, Internet ha dado voz a millones de personas que antes no la tenían, y aunque la inmediatez y universalidad del medio genera histeria y mucha morralla, nadie, ni el propio Zuckerberg, puede escapar al escrutinio del ojo que todo lo ve. Iremos aprendiendo a base de tortazos.
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