Casi ni te enteras y se ha pasado la Semana Santa. En los próximos dos suspiros ya estaremos en San Prudencio. Tempus fugit. Cuando eres estudiante sabes que la Semana Santa se aproxima porque empiezas la cuenta atrás hacia unos días de vacaciones bastante apañados en cuanto a duración. Con los años -y, tal como están las cosas, si tienes suerte-, empiezas a trabajar. La Semana Santa merma e incluso puede ocurrir que seas de esos currelas cuyo calendario festivo va por libre respecto al de la mayoría estándar de los mortales. Total, que llega Semana Santa y aunque está marcado en rojo en el calendario de la mesa del trabajo, de la cocina de casa, del smartphone sincronizado con Google al ordenador del trabajo y al de casa..., da igual, es como una final de cien metros lisos en los Juegos Olímpicos, parpadeas y Usain Bolt ya está posando para las cámaras envuelto en la bandera. Antes, hubo un tiempo en que la proximidad de la Semana Santa se notaba en la deliciosa aparición de torrijas en la cocina de la abuela. Pero luego la torrija se puso de gastromoda y perdió estacionalidad. Así que ya solo queda confiar en los programadores televisivos y cruzar los dedos para que vuelvan a emitir Quo Vadis, reencontrarte con Nerón y Petronio y tomar conciencia de las fechas.
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