hastiado por la asfixiante actualidad cercana procedo a hacer un somero repaso de cómo va el mundo, desde mi propia perspectiva y sin más rigor que el estrictamente necesario. Trump ha decretado la autarquía, como Franco. Dicen que él representa a los que fabrican cosas en un país en el que hasta ahora mandaban los que juegan a la ruleta con el dinero de los que fabrican cosas. Putin ha arrasado en las elecciones. Su leyenda crece a la par que su aura de presunto villano, que irradia como el polonio desde que alguien tuvo la osadía de envenenar por segunda vez a un ruso en suelo británico. Turquía ha pasado de democracia laica (con sus cositas) a sultanato, y aprieta para llevarse el mayor botín posible de la guerra siria. Medio millón de muertos después, no sé si se habrá decidido ya por dónde nos van a traer el gas. Por primera vez desde Deng Xiaoping nos vamos a saber el nombre del presidente de China. En Oriente Medio los cataríes han dicho que quieren trabajar con un abanico más amplio de clientes, y los demás les han dicho que cuidado no vayan a acabar como Gadafi; y en una Europa sin rumbo el dinero busca nuevos aliados en los parlamentos, a la vista de que el vigente sistema de simbiosis se desmorona por la avaricia de una parte y la ineptitud y el latrocinio de la otra.