Dicen los más mayores del bar que no recuerdan manifestaciones tan concurridas en Gasteiz como las últimas. A ellos les han tocado por partida doble. De la de la mujer, todo hay que decirlo, alguno se intentó escaquear, pero al final no le dejaron. “Las vascas, ya tú sabes”. A las de los pensionistas están, no sólo abonados, sino implicados hasta las trancas. Alguno, de hecho, ya me ha echado la bronca en algún cortado mañanero porque no ha salido en ninguna foto del periódico. Vamos, lo habitual, que los periodistas siempre tenemos la culpa. Y todo eso (la movilización, el compromiso, el sentimiento de orgullo por la asistencia a una protesta...) está muy bien. Por supuesto. Mi aita siempre recordaba aquello de la revolución pendiente. Pero la realidad, luego, suele ser tozuda y no va a ser la primera vez que las quejas se quedan en las barras de los bares, en las conversaciones con los amigos y en las manifas por las calles. En un año, las citas con las urnas volverán a reactivarse y no hace falta ser adivino para saber que poco o nada cambiará. Al final, las siglas de siempre darán paso a las siglas de siempre, aunque alguna cara sea distinta. Nuestro problema es el modelo de sociedad, no quién calienta una silla con el culo durante unos años.