En un arrebato de introspección agudo, he logrado provocarme un severo dolor de cabeza. Es una de esas migrañas que amenaza con reventar los globos oculares y que abunda en aturdimientos de lo más dispar. Como la situación de embotamiento y de comportamiento disoluto ha llegado a un punto que parece de no retorno, he decidido acudir al médico. El diagnóstico facultativo al respecto ha sido concreto y conciso. Cuando uno no está acostumbrado a forzar las entendederas, lo normal es que éstas chirríen. Desde la atalaya de su bata blanca, el doctor se ha interesado por las circunstancias que me han llevado a utilizar la mente para lo que, en principio, la evolución la diseñó. Yo le he explicado que tengo que trabajar analizando los porqués de los bloqueos que padece la ciudad en la que me toca trabajar a diario y que, por mor de las circunstancias, en cuanto se olisquea contienda electoral, hay quien toca zafarrancho de combate y le da igual arre que so con tal de erosionar a quien le toca gestionar los destinos de la capital. Interesado por el relato del origen de la sintomatología que me trae a maltraer, el galeno ha concluido que mi malestar remitirá con descanso y con una dosis extra de desapego hacia iniciativas, movimientos y estrategias nacidas para propiciar desacuerdos.
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