van a tener que perdonar de nuevo mi ignorancia supina, pero empiezo a tener serias dificultades para entender qué es lo que se dice en las retransmisiones deportivas. Los primeros síntomas llegaron ya hace unos meses en el transcurso de la narración radiada de un partido de fútbol. En apenas unos segundos, el locutor tuneó el idioma hasta convertirlo en una suerte de jerga técnico-circunspecta que me arrebató cualquier posibilidad de comprender lo que ocurría. Entre encimar al rival, embolsar la bola y gambetear en la medular me quedé con dos palmos de narices y con la misma cara de pasmado que surge cuando uno mismo trata de completar sin ayuda profesional los impresos de la declaración de la Renta. En líneas parecidas a éstas entonces expresaba mi perplejidad, ya que ni siquiera recordando mis años mozos detrás de un balón pude traducir aquella experiencia. Ahora, la sensación descrita no ha decaído. Es más, ha llegado a un punto en el que sospecho que todo forma parte de una conspiración orientada a acomplejar al común de los mortales con una pátina de erudición sobrevenida surgida sólo con fines mercadotécnicos para ayudar a confundir al personal. Al parecer, el objetivo es claro: fútbol (no) es fútbol.