Hoy lo he intentado con cierta insistencia. Pero no hay manera. Lo reconozco: soy incapaz de odiar a Álvaro Pérez, El Bigotes. Según los investigadores encargados de desentrañar los vericuetos del caso Gürtel, él es el número tres de la citada trama, ideada, según parece, para sostener la financiación paralela del PP y de otra serie de bolsillos agradecidos. Estos días, el citado, lamentablemente, sin su lustroso apéndice capilar bajo la napia, ha abandonado su celda para comparecer escoltado en el Congreso. Allí se le requería en la Comisión de Justicia que investiga la financiación irregular de la formación conservadora. Ante los diputados, fue capaz de sentar cátedra. Con apenas un puñado de frases, mostró a sus señorías la riqueza de su oratoria, profusa en términos a medio camino entre la censura política y el deje de chulapo poligonero, y logró, como de costumbre, enamorar a las cámaras de los distintos informativos allí desplegados. Y así, ni corto ni perezoso, no dudó en esparcir la duda de la sospecha sobre el marido de María Dolores de Cospedal y sobre un amigo de Mariano Rajoy por los papeles de Luis Bárcenas, donde, según su criterio, figuran “como atizantes”. “Vienen aquí a soltar el mondongo y no los he visto en el banquillo”. Lo dicho, genio y figura.
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