al abrigo del facherío del que va impregnándose España desde que Rajoy accedió al poder surgen personajes ad hoc que se postulan como símbolos de la retrógada corriente que aspira a convertir el Estado en un ente monocorde y unívoco y, si me apuran y le dejamos más tiempo, en la renacida reserva espiritual de Occidente. Aparte de jueces y fiscales convenientes y presentadores y tertulianos de corte (muy) conservador en la televisión pública, van apareciendo o reapareciendo famosos a los que se suponía, si no enterrados, sí al menos recluidos y orientados -qué remedio- hacia sus nichos naturales de fieles, aparentemente en retroceso. Eso era así mientras la sociedad quería avanzar hacia adelante tanto en la tolerancia hacia lo diferente como en el progresismo intelectual. Pero no hay duda, al menos a mí no me cabe, de que de un tiempo a esta parte se ha instaurado una pertinaz obsesión por ciar, por retrotraer a España a épocas de más orden -el suyo, claro-, más clasistas, con una línea mucho más nítida y diferenciadora entre ricos y pobres, entre nobles y plebeyos, épocas mucho más grises en definitiva. Y entonces resucita desde Miami Marta Sánchez con su himno religioso y reivindicativo. Desde luego, la bobada no podía haber sobrevivido en otro momento que no fuera este.