Lo sé. Este artículo tiene toda la pinta de ser un engendro extemporáneo. De hecho, me da la impresión de que no pasaría el corte de un exhaustivo análisis que atendiese a su sintaxis, semántica y semiótica. Pero aún y todo, me veo en la obligación de trasladar en estas líneas mi sentir sobre un hecho que me tiene a maltraer. Dice ahora uno de los adalides de la presunción, el llamado Francisco Granados, otrora, nada más y nada menos que secretario general del PP madrileño y consejero en el ejecutivo regional, que en las presuntas tramas en las que andaba metido para garantizar una financiación paralela a su formación en los castizos andurriales mandaban más que los demás los ya expresidentes de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre y Ignacio González. Ante tales acusaciones, la lideresa, aparentemente retirada de la primera línea política, no ha tardado mucho en explicar en sus foros habituales que no tiene pensado querellarse contra su excompañero de formación y de gabinete porque, entre otras consideraciones, no tiene “dinero para abogados” ni “nada” de qué esconderse. ¡Virgen santa! Mal vamos si los grandes defensores de la patria están sin blanca. Sin duda, éste es un país de ingratos.