Se pensaban que iban a ir cuatro y el del tambor, así que no tenían muchas expectativas. De hecho, estuvieron dudando si acudir al final o no hasta el último instante. Pero los viejillos de mis cortados mañaneros decidieron que si a estas alturas de la película no les queda ni el derecho a quejarse, esto no merece la pena. Así que se fueron para la plaza de Correos y en pleno 31 de enero le quisieron decir al Gobierno de don Mariano (autor de la gran frase: “¡Viva el vino!”) que ya vale de reírse de sus pensiones a la cara y además pretender que ellos y ellas aplaudan la gracia. Para el camarero y para los que vamos habitualmente al bar en cuestión pero todavía no estamos en edad de jubilarnos, aquel día empezó una tortura que no para desde entonces. No fueron cuatro, sino muchos. Y la protesta se multiplicó en otros lugares. Así que tenemos a los jubiletas engorilados desde entonces, subiéndose a la barra cada dos por tres para lanzar sus proclamas al grito de: ¡¡ya os tocará, ya, y entonces os acordaréis de nosotros!! ¿Cómo les hacemos entender que por mucha protesta que hagan no va a cambiar nada, que no sólo vamos a ser igual de pobres, sino que vamos a ir a peor? ¿O no, o en realidad ellos y ellas pueden crear un grupo de presión con una fuerza hasta ahora no bien valorada?
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