Como a un Cristo dos pistolas o como un hincha de la selección española, equipado con la elástica oficial de La Roja y un gorro cordobés, pidiendo en perfecto andalusí un rebujito en la barra de una herriko taberna de Hernani. Supongo que hay más analogías, pero pocas tan gráficas como las anteriores para expresar mi desubicación manifiesta durante buena parte de este pasado fin de semana. Verán, por aquello de los azares de la vida, el que escribe y suscribe estas breves líneas, amenazadas en su continuidad vital por razones obvias, decidió salir de casa el sábado de Carnaval como suele hacerlo cada sábado, es decir, sin mucho preámbulo, con poca reflexión y con ganas de arramplar con un par de cervezas para mitigar los efectos nocivos de los males rumiados durante las jornadas laborales previas. A los pocos pasos tras abandonar el portal, la situación ya amenazaba ruina. En un alarde de creatividad, un grupo de medusas y otro de unicornios de coloridas crines me hicieron replantearme mis intenciones, ya que el ímpetu de Don Carnal parecía no tener rival aquella tarde-noche. Dadas las circunstancias, decidí regresar por donde había iniciado mi marcha, ya que hay ocasiones en las que es mejor no pelearse con los elementos.
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