muy considerado Carles Puigdemont al desaparecer del mapa para no ensombrecer la imposición del Toisón de oro a Leonor de Borbón por parte de su cincuentón padre Felipe. Así, mientras Catalunya sigue hecha unos zorros, la España más retrógrada y cañí se sigue retroalimentando con la proclamación de la chavala como futura monarca del reino. Será para dar sensación de normalidad en la etapa más crítica en la historia reciente del imperio. Una especie de contraprogramación para paliar un éxtasis independentista que, por otra parte, anda ahora desorientado por la impericia de los gobernantes. Que coincidan en día y hora ambos acontecimientos no deja de ser significativo. Chocan el presente y futuro inciertos con el pasado que se resiste a expirar pese a su creciente agonía. Una lucha sin cuartel entre evolución y anacronismo que, me temo, aún deparará crueles batallas antes de que impere la razón y se consoliden soluciones más sensatas y acordes con los tiempos que vivimos, en teoría más racionales y civilizados que nunca. No obstante, da la sensación de que en los últimos años los que mandan se han liberado de su vocación de servicio para aferrarse sin disimulo alguno al poder que, no sé muy bien por qué, les seguimos otorgando.